No cabía duda de que no obstante todos los logros y avances, aún el proyecto estaba en desarrollo, aún sujeto a cambios o ajustes. Los directores habían constatado una vez más la necesidad imperiosa de buscar recursos, y comenzaban a mirar, con sorpresa, el potencial de la Laguna Chica como sitio turístico y de fomento de todas las actividades deportivas.
Fue este el minuto, 1953, cuando el directorio, encabezado por Víctor Tesser comenzó a pensar sobre lo conocido en Argentina y decidir la formación de una institución social y deportiva con personalidad e identidad propia, que por medio de la venta de acciones, juntaría un número importante de socios, a quienes le ofrecería un balneario, comodidades, descanso, y deportes de recreación, entre ellos el remo.
Olvidaban así la idea de la Asociación de Remo de Concepción, la que nunca inició siquiera los trámites de obtención de personería jurídica y comenzaban a formar una entidad muy distinta. Toda institución debía tener un nombre y un emblema.
Como estaban ubicados al otro lado del río BíoBío, donde comenzaban los territorios araucanos, se acordó que la institución debía llevar un nombre que recordara esa característica.
En una reunión de Directorio fue propuesto el nombre “Llacolenhue”, que significaba “Lugar Apacible”. El significado fue de gusto general entre los directores, aunque a Víctor Tesser, como a los demás lo de “hue” no les gustó, de modo que decidieron quitarle esa parte y mantener el significado, quedando de esta forma como LLACOLÉN.
Sería el nombre de la institución y marcaría la identidad e imagen del club. Toda la arquitectura y emblemas mezclarían la tradición y diseños araucanos, con la modernidad y la tecnología.
Enrique Bocaleti, jefe de publicidad de Diario El Sur diseñó un logotipo, basado en la efigie de una bella y joven araucana, con todos sus atuendos y adornos típicos, ofrendándolo a la institución, con lo cual completaban ya el nombre y la imagen del club.
LA VENTA DE ACCIONES
Llacolén debía ser un Club Social y Deportivo a la usanza de los grandes existentes en el resto del mundo, donde las personas pudieran acceder a comprar acciones y luego a través del pago de cuotas sociales fueran periódicamente ingresando fondos para autosustentarse.
Pensaron en tener alrededor de 1000 socios. La esperanza era vender la mitad de aquellas en el primer año de lanzamiento, iniciar con eso la construcción de un Casino y Casas de Botes, habilitando el balneario y luego de aquello, ya con edificaciones para mostrar, vender el resto de las acciones.
En febrero de 1954, iniciaron el proceso de información y promoción del proyecto. Primero lo hicieron por medio de correspondencia en la que incluyeron un folleto explicativo y publicitario, presentando un dibujo de la maqueta del Casino, Casa de Botes, jardines y laguna.
El volante era acompañado por una carta firmada por el Directorio en la que se señalaba la definición formal y marcaba el futuro de la institución. En algunas frases señalaba: “La Asociación de Remo de Concepción, institución formada por los clubes Deportivo Español, Gimnástico Alemán y Atlético Italiano, está empeñada en algo que va más allá de los fines normales con que fue creada, cual es fomentar el deporte del remo… Está levantando en sus terrenos a orillas de la Laguna Chica de San Pedro, un “centro deportivo-social” que, junto con difundir todos los deportes acuáticos, será el lugar de recreo ideal en Concepción”…
En las cartas recalcaban que Llacolén sería una institución sólida, seria, basada en el prestigio de tres clubes. Sería un lugar deportivo y social, que contaría con un gran Casino e instalaciones adecuadas para la práctica de una diversidad de deportes, incluyendo los acuáticos.
Llacolén poseería riquezas naturales y comodidades como ninguna otra institución deportiva y social en el país, sería un club en el que se elegirían cuidadosamente a sus socios, para mantener un alto nivel. Recalcaban que el proyecto no perseguía fines de lucro y más aún, “sus propios dirigentes comprarían acciones en las mismas condiciones como cualquier persona común y corriente”.
Para cada acción fijaron un valor promocional de $10 mil pesos, pagado al contado con un 10% de descuento, o en 10 letras de mil pesos cada una. Se agregaba un reglamento base para los socios asegurando el respeto de aquel y prometiendo no cobrar cuotas sociales hasta tener construido el Casino y las Casas de Botes.
Esta declaración de principios tenía justificación, por cuanto pocos años antes la comunidad penquista había conocido una sociedad llamada “La Escalera”, que vendía acciones y prometía formar un centro social en la desembocadura del río BíoBío, pero que no había dado el resultado presupuestado por sus creadores, transformándose en un mal negocio para todos quienes creyeron en ese proyecto.
Con toda la publicidad posible, en marzo de 1954 comienzan oficialmente a vender las acciones. El sistema de venta era especial para la época, consistía en recibir solicitudes de compra de acciones, las que eran estudiadas en reunión de Directorio donde se determinaba el aceptar o rechazar al postulante, si se le aceptaba, entonces se le hacia efectivo el cobro del valor que dicho postulante ya había comprometido.
Mario Lanata relata que “teníamos un abogado amigo nuestro, don Luis Herrera Reyes, quien a su vez era muy amigo de Alberto Sabugo, gerente del Banco Concepción. Así nos informaron acerca del sistema de pago de letras comerciales, entonces nosotros debimos firmar unas garantías por aquellas letras de los accionistas, corriendo un gran riesgo si es que el proyecto no funcionaba, pero en esos años, con
la juventud y energías casi no lo pensamos dos veces”.
Para todo este proceso se determinó que la sede central de la institución sería la oficina de Víctor Tesser SantÍn, donde a menudo efectuaban las reuniones de directorio, ubicada en calle Barros Arana Nº 541, 3er piso. Sin embargo, paralelamente se recibieron
solicitudes de ingreso en otras direcciones, como eran los negocios de Miguel Torregrosa, Roberto Kuhn, Carlos Poch y Ezio Anconetani.