En las mejores expectativas de los jóvenes de Llacolén auguraban vender todas las acciones en el plazo de un año, sin embargo ya en Mayo de 1954, a sólo 3 meses de puesta en venta, se había cumplido el 74%.
En ese minuto determinan la conformación del primer directorio del proyecto Llacolén, que, de acuerdo a lo publicado en diario Crónica del 17 de julio de 1954, señalaba lo siguiente:
A objeto de cooperar con el directorio, se nombró a unos asesores:
Al momento de percatarse del gran avance en la venta de las acciones, Víctor Tesser y su Directorio tomó dos determinaciones. Primero, decidieron capitalizar de inmediato los dineros recaudados, comprando materiales de construcción que servirían a futuro, evitando así la gran inflación existente por esos años y la inexistencia de pago de intereses en los Bancos.
En este proceso volvió a retomar importancia don Pedro González Asuar, quien a través de su empresa constructora compraba materiales que luego devolvería a Llacolén.
En Agosto de 1954, se constató que la venta ya iba en 950 acciones de las mil previamente colocadas y las solicitudes pendientes sobrepasaban con creces las acciones restantes. De tal modo que se concluyó en extender la venta de acciones hasta fines de Agosto, en una fecha en la cual se aceptaría a todos quienes alcanzaran a llegar.
Al cerrar el plazo señalado la sorpresa se acrecentó, al contabilizar sobre las 2000 acciones vendidas. El Directorio debió entonces readecuar todo, pues una proyección concluyó que en pocos años deberían satisfacer los requerimientos de 5 mil socios aproximadamente.
Más aún, como relata Mario Lanata: “Para nuestra sorpresa, los dirigentes de la naciente Llacolén, siempre pensamos en que las acciones serían compradas por gente de las respectivas colonias, de modo que siempre tendrían ese carácter identificatorio, pero el hecho fue que los accionistas estaban proviniendo de la sociedad en general, de manera que la idea original del Club cambiaba. Las necesidades a satisfacer eran distintas, más generales y más sociales”.
Así, de la noche a la mañana surgió una institución deportiva, ‘ LLACOLÉN’, la que pese a estar aún en proyecto ya era más numerosa que cualquier otra en todo Concepción.
El gran número de accionistas que comenzaban a acumular no les asustó, muy por el contrario, ya conocían instituciones similares en el resto del mundo, como el Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, o el Club San Fernando, y sabían cómo habían hecho para entregar a sus accionistas las condiciones que les mantuviera satisfechos.
Estos clubes argentinos, poseían 40 mil socios, teniendo todo cuanto pudiesen imaginar, tanto deportiva como socialmente, piscinas, canchas, salones, casinos, campos de juego para todo tipo de deportes y recreaciones, entrenadores y profesores.
De esta forma, constataron diferencias importantes con respecto a los clubes chilenos. En Argentina la característica era que al interior de los clubes, los socios encontraban ventajas de precios en todo lo que consumían, mientras en Chile, el valor de una bebida en un club era el mismo o incluso superior al que existía afuera, en cualquier local comercial, y este detalle fue muy decisivo a la hora de pensar en Llacolén.
Decidieron que la institución debería ofrecer a sus socios los precios más económicos y la mayor gratuidad posible en el uso de los servicios, para ello debían poseer una organización muy rígida y cuidadosa, sobretodo en los aspectos económicos. De esta forma LLACOLÉN ofrecería a sus socios, calidad, cantidad, belleza, comodidad y economía.
Para responder a tales desafíos debían ampliar varias veces su actual terreno, no pudieron hacerlo y entonces decidieron visitar y comprar al señor Alberto Benítez Sanhueza un terreno mucho más amplio y mejor situado en $5.000.000 de ese entonces, ubicado donde hoy existe la institución, al lado izquierdo(sur) del entonces camino de acceso a la Laguna Chica. Las ventajas de este terreno eran evidentes. Varias veces superior en tamaño al anterior, tenía acceso directo al camino pavimentado a Coronel, poseía 3 veces más playa en la Laguna, era totalmente plano, comercialmente tenía mucho más valor, poseía un prado extenso, árboles frutales y era mucho más bello.
Además gozaban aún del terreno antiguo y decidieron mantenerlo pensando en que así como iban las ventas de acciones no podrían calcular cuál era el límite de la Institución que estaban formando.
Por entonces pensaban en la necesidad de comprar todos los terrenos vecinos que fuesen necesarios. Comprar sitios planos y los cerros, pensando en el futuro y en que existiese la capacidad para recibir a cuanto accionista llegase.
En cuanto a sus fundamentos Llacolén debía ofrecer posibilidades deportivas y sociales para todos. En lo deportivo, el club fomentaría y daría facilidades para practicar los principales deportes amateurs, muchos de ellos poco practicados hasta ese entonces, como Bádminton, Voleibol, Tenis, Patinaje o Hockey. Entre los acuáticos se fomentarían el remo por supuesto, yatching, ski, natación, waterpolo y botes a motor para recrearse.
Los terrenos libres serían dedicados a jardines, bosques, prados y se ubicarían cabañas de veraneo.
Pensando en los niños se pensó en un jardín infantil, entretenimientos mecánicos, muy novedosos para esos tiempos, copiados de por entonces famosos parques de entretenciones existentes en todo el mundo, como incluso estaba pensada la construcción de una pileta exclusiva para niños, con poca profundidad y así con escasa peligrosidad.
En lo social se dio instrucciones al arquitecto, señor Buddemberg, para considerar, respecto del Casino que: “Cuando alguien venga a visitar Concepción se vaya con la idea de que lo mejor que conoció fue el Barrio Universitario, Huachipato y Llacolén.”. Eso significaba un Casino amplio, moderno, de líneas arquitectónicas muy atractivas, muy completo, espacioso y confortable. Todo el frente debería ser de amplios cristales, que abarcarían desde el piso hasta el techo. Tendría un gran living, comedores, una terraza que podría ser cubierta por toldos, de manera de resguardar a los socios del sol. En la parte posterior habría un bar. También se dispondría de salas de billar, ping pong, comedores reservados, bibliotecas, salas de sesiones, terrazas de asoleo y mirador, en el 2° piso.
Para la Laguna se puso mucha atención en la construcción de los muelles, distribuidos ingeniosamente para permitir el acceso al agua de un gran número de personas al mismo tiempo, separando los lugares bajos y los profundos para atender a quienes sabían nadar de quienes no. El diseño de los muelles daría lugar a una piscina con medidas internacionales, dentro de la misma Laguna, permitiendo hacer carreras de natación, jugar waterpolo y otras competencias adecuadas.
Se pensaba en dotar a los muelles de numerosos trampolines para permitir lanzamientos al agua desde diferentes alturas, toboganes y habilitar otros especialmente para las embarcaciones, como lanchas para ski acuático. Respecto del análisis del éxito, diario Crónica del 12 de agosto de 1954 hacía notar lo asombroso y único en Chile de esta Institución:
“La necesidad que tenía la ciudad de Concepción por contar con un espacio de recreación y una institución que diera solvencia hicieron que de un momento a otro las expectativas aumentaran exponencialmente. En tan sólo 4 meses habían conseguido 1500 socios, comenzaban la construcción de un Casino y Casa de Botes, poseían ya un terreno grande y auguraban un vertiginoso crecimiento...”
“...Explicaban este fenómeno, primero el desarrollo acelerado que estaba teniendo la ciudad de Concepción, tanto económica como socialmente; en segundo lugar, por la seriedad mostrada por el proyecto afirmado en grandes instituciones como eran las colonias y en personas que, aunque jóvenes, pertenecían a muy conocidas familias. Por tercer argumento estaba el hecho de asegurar que este proyecto no perseguía fines de lucro, sino que sus jóvenes gestores sólo buscaban un lugar hermoso y tranquilo donde hacer deporte y tener descanso”.
“...La sociedad penquista conocía a los muchachos del Directorio y sabían que en LLACOLÉN se procuraba la mayor economía, no se pagaban sueldos a cantidades de funcionarios, no se gastaba en oficinas y todos sus dirigentes trabajaban ad honorem...”
La única persona empleada, para ayudar en el trabajo de secretaría y tesorería era una muchacha que cursaba el último año del Instituto Comercial y realizaba en Llacolén su práctica profesional, la señorita María Norma Ortiz, que había llegado en octubre de 1954.